El gueto interior de Santiago H. Amigorena

Existen excelentes libros que relatan episodios del horror y la locura que envolvían a los campos de exterminio nazis, libros contados a través de las revelaciones de las personas que sobrevivieron. “El gueto interior” opta, en cambio, por una perspectiva que lo diferencia de lo que escribieron en su día, Primo Levi, Jean Améry, Victor Klemperer, Jorge Semprún o Elie Wiesel.

El argentino Santiago H. Amigorena ha querido reconstruir y dar voz a los recuerdos de su abuelo para abordar el sentimiento de culpa que sumió en una depresión silenciosa a un hombre, distanciado de sus raíces y acomodado en su nuevo mundo, que no fue capaz de ver lo que venía hasta que ya fue demasiado tarde.

Vicente Rosenberg, fue un judío que abandonó Polonia en los años veinte, dejando atrás a sus padres y hermanos para empezar una nueva vida en Buenos Aires. Ahí se casó, tuvo tres hijos y se convirtió en propietario de una tienda de muebles. Fue desde ese exilio donde empezó a ver, a través de la escasa información que la prensa internacional recogía y, sobre todo, en las cartas que recibía de su madre, cómo tras la invasión nazi de Polonia se creaba el gueto de Varsovia y se gestaba el asesinato de su familia y el de millones de personas en toda Europa. Esa correspondencia de su madre se convertirá en el testimonio de una mujer que relata el hambre, el frío y el miedo que precedieron el genocidio judío.

Cuando las cartas dejan de llegar, su hijo se sume en una depresión silenciosa, carcomido por la culpa y la impotencia. Un personaje que a medida que avanza la novela se hace fuerte en el silencio interior, en la impotencia y en la culpa que le corroe por haber abandonado a su madre, por no estar donde debería estar, “aunque fuese para morir con ella”.

Estamos ante un relato íntimo que aborda el confinamiento progresivo de un hombre en el horror, que habla de los silencios en una familia y muestra la condición del exiliado condenado a vivir en un gueto interior que él mismo se ha creado.