El origen de las Olimpiadas

Muchos historiadores calculan que el origen de las Olimpiadas fue en el año 776 a. de C. cuando se revivieron los Juegos Olímpicos en Olimpia, en la ciudad-estado de Élida. El lugar había sido consagrado al dios Zeus y era un centro de culto religioso.

Por muchos siglos, los griegos relacionaron los logros atléticos con la religión y los primeros juegos o festivales, que datan del año 1000 a. de C. (incluso antes), estaban regidos por rituales religiosos, tales como sacrificios y actos de expiación. En la Ilíada, Homero se refiere a un festival de juegos que acompañaba ciertos ritos funerarios.

Estudios más cuidadosos no revelan evidencias de que estos festivales hayan desaparecido de improviso y luego hayan sido restaurados. Lo que sí es seguro es que las competencias atléticas fueron cobrando gradualmente más importancia.

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Los atletas de la antigua Grecia eran héroes a los que poetas y artistas rendían honores. En la imagen se observa a los competidores de una carrera.

Para 776 a. de C. tenían una relevancia suprema. El único juego competitivo en esos eventos fue una gran carrera a pie de casi 200 m, que ganó Coroebus, un cocinero local al que le colocaron una corona de laureles. Se decía que las hojas provenían de un árbol que Heracles (Hércules) había tomado del mítico paraíso de los hiperbóreos y plantado en tierra sagrada cerca del Templo de Zeus en Olimpia.

2Templo de Zeus en Olimpia

Los arqueólogos dudan que los antiguos Juegos hayan renacido repentinamente en el año 776 a. de C.; afirman que el altar de Zeus y otros monumentos que están en el estadio original datan del siglo X a. de C. Los poetas griegos también se refieren a grandes competencias que se llevaban a cabo allí. Según Píndaro, Zeus luchó en ese lugar contra su padre Cronos por el dominio del mundo. Pero es difícil distinguir la verdad de la leyenda, así que Coroebus sigue siendo el primer ganador olímpico.

Los Juegos antiguos se efectuaron cada cuatro años hasta el 393 d. C., cuando el emperador romano Teodosio I los prohibió, por paganos.

¿Por qué resurgieron las Olimpiadas?

Al francés Pierre de Fredy, mejor conocido como Barón de Coubertin, se le atribuye el haber revivido los Juegos Olímpicos modernos. De hecho los esfuerzos por restaurar la Olimpiada ya existían desde hacía dos siglos.

De 1612 a 1852, con excepción de los años en que hubo guerra, los Juegos Olímpicos de Costwold se llevaron a cabo en Inglaterra. En 1852 el arqueólogo alemán Ernst Curtius, que había trabajado en algunas excavaciones en Olimpia, sugirió que se restaurara la Olimpiada, pero la labor del Barón de Coubertin logró hacer realidad el proyecto.

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El mayor promotor de los Juegos Olímpicos fue el Barón de Coubertin, quien rescató una de las mejores tradiciones de los antiguos griegos. El resurgimiento de las olimpiadas en Atenas en 1896 tuvo un éxito rotundo.

Cuando era joven, De Coubertin visitó las escuelas de Rugby y Eton en Inglaterra, y entonces comenzó a afirmar que los alumnos franceses aprenderían más practicando deporte que repitiendo lecciones en latín. Como resultado, las escuelas introdujeron juegos organizados y competencias interescolares, entonces, el gobierno le pidió que promoviera una conferencia internacional de educación física. De Coubertin emprendió la tarea de revivir los Juegos Olímpicos y dio conferencias sobre el tema en Londres y en Estados Unidos.

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El 6 de abril de 1896 se inauguraron en Atenas los primeros Juegos Olímpicos modernos.

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En 1894, 79 delegados de 12 países asistieron al Primer Congreso Olímpico en París, y por unanimidad decidieron que se reiniciaran los Juegos. Ese año, el Barón de Coubertin publicó un edicto en el que subrayaba “la suprema importancia de conservar el carácter noble y caballeroso de los atletas, por encima del profesionalismo”.

Los primeros Juegos de Atenas de 1896 atrajeron entusiastas multitudes, pero en 1900 la Olimpiada de París fue opacada por la Exposición Universal. Los Juegos Olímpicos tenían la gran desventaja de llevarse a cabo con poca frecuencia, por lo cual era difícil que contaran con el apoyo del público. Sin embargo, De Coubertin no tenía ninguna intención de dejar que la flama olímpica se apagara.

En aquellos días lo apoyaba el padre Henri-Martin Didon, un prior dominicano del Colegio de Arceuil, de París. Él quería que sus alumnos hicieran deporte, y les enseño un lema: Altius, Citius, Fortius (más alto, más rápido, más fuerte), que se convirtió en la máxima de la Olimpiada y se usó por primera vez en los Juegos de Amberes en 1920.

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En 1908, durante los Juegos de Londres, De Coubertin asistió a una misa en la Catedral de San Pablo que se efectuó para celebrar la cuarta Olimpiada. El obispo de Pensylvania dedicó un sermón a la importancia de las competencias olímpicas. El mensaje inspiró a De Coubertin, que más tarde escribió: “Lo importante en los Juegos Olímpicos no es ganar, sino competir. Lo esencial en la vida no es conquistar, sino pelear correctamente”.

Desde 1932, los tableros de los Juegos muestran estas palabras en la ceremonia de inauguración. Esta afirmación no concuerda con el espíritu de las antiguas Olimpiadas griegas, donde ganar era lo más importante. En épocas recientes, los competidores y las naciones han hecho un gran esfuerzo para revivir la tradición griega.

De Coubertin fue la energía que logró restaurar los Juegos, acrecentando el interés popular. Su entusiasmo y su instinto promotor –también influyó en el diseño de la bandera olímpica– sostuvieron el movimiento durante sus primeros años, cuando estaba en peligro de desaparecer. Sin su labor, los Juegos Olímpicos no existirían en la actualidad.

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El movimiento olímpico moderno adoptó como emblema los cinco aros entrelazados que simbolizan los cinco continentes de la Tierra. También están ligados a la antigua Grecia.